dimecres, 11 de desembre del 2013

Ya no somos los mismos

Umberto Veronesi (1925), oncólogo italiano, publica en castellano un buen libro sobre la longevidad.
Veamos el siguiente fragmento:

"El individuo no permanece igual; hasta anatómicamente las células de su cerebro, cambiando y reproduciéndose, modifican el fenotipo, es decir, la esencia de la persona. La mente no puede permanecer idéntica e inmutable, ni en sus méritos ni en sus deméritos. Las decisiones y las elecciones de un individuo que tiene veinte años no se parecen en nada a las del mismo individuo treinta años más tarde: no se trata solo de las experiencias acumuladas, sino también del racambio neuronal. Deberíamos tener eso en cuenta al juzgar a quien comete delitos que en la actualidad se castigan con cadena perpetua o, pero aún, con la pena de muerte.
La cadena perpetua es una pena injusta. Me opongó a condenas que duren más de veinticinco años: después de este extenso lapso de tiempo, la persona ya no es la misma, y el correctivo infligido [...] ya no tiene que ver con ella. En la práctica, el condenado a cadena perpetua inicia su pena con la mente de quien ha cometido el crimen y, progresivamente, va convirtiéndose en otro, cambia casi por completo, también por razones relacionadas con lo celular."

Veronesi se interesa aquí por la injusticia de la cadena perpetua que condena a una persona por un delito que esa misma persona que se pudrirá en la cárcel no ha cometido. No parece el médico italiano dispuesto a sacar todas las consecuencias jurídicas y existenciales de su afirmación (que recuerda la de Rosset en Lejos de mí). Podríamos, con esta misma lógica, negarnos a pagar impuestos por actividades económicas realizadas por un individuo que ya no somos. El matrimonio, por ejemplo, habría que revalidarlo periódicamente para asegurarnos que seguimos casados con la misma persona que en su momento quería cuidarnos y decía que nos amaba. En definitiva, en un par de párrafos nos invita Veronesi ha abandonar toda responsabilidad (con lo que tampoco quedaría nada de libertad, por supuesto).

Conviene, sin embargo, ser caritativos en nuestra interpretación (y, dicho de paso, en tantas otras cosas). De lo que se trata aquí es de la cadena perpetua vista desde la perspectiva de la identidad del culpable, así como de no olvidar que la cárcel debería tener una utilidad otra que la de aplacar el dolor de las víctimas.

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