divendres, 15 de novembre del 2013

Al Estado, a los pobres

Vaya dicho de antemano que cualquier palabra procedente del Vaticano debe escucharse con precaución, como hay que hacer con los políticos. Lo estratégico se confunde con lo comunicativo, la verdad con la manipulación, la seriedad con la propaganda. Pero ahí cada cual con sus dotes exegéticas.

El Osservatore Romano relata la meditación matutina de Bergoglio el día de San Martín de Tours, 11 de noviembre. Un santo popular que dividió su capa para proteger al pobre en un gesto que es cualquier cosa menos pecado.

Comentaba hace un par de días el significativo silencio de algunos líderes religiosos en Estados Unidos a propósito de Obamacare. Dado que sus iglesias son siempre minoritarias y que dependen de las aportaciones económicas de sus fieles, los clérigos de las múltiples religiones presentes en territorio norteamericano no se atreven a pronunciarse con claridad sobre lo político.

El Papa de Roma no tiene necesidad de ser tan escrupuloso. Y el de ahora menos aún, que dice lo que piensa (o que por lo menos sabe aparecer como si dijera lo que piensan tantos católicos). Y lo que dice en este caso es que el Estado son los pobres, que los impuestos deben pagarse y que no hacerlo no es pecado, no, es mucho peor, es un escándalo.

El creyente corrupto que roba al Estado para dar a la Iglesia es un falso cristiano, está podrido. El Vaticano parece adoptar así un giro geopolítico. Mientras Ratzinger en sus famosas instrucciones sobre qué hacer con los teólogos de la liberación sostenía que una cosa era hablar de Dios y otra inclinarse hacia políticas concretas, Bergoglio dice que el Estado son los pobres, es decir, que el Estado debe proveer y que los ciudadanos creyentes deben contribuir con sus impuestos. Si además quieren hacer caridad, bienvenidos sean, pero el deber legal de no defraudar, de cumplir con las leyes de Estado es prioritario.

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